lunes, 20 de agosto de 2012

Pasta Frola


Ingredientes (para 1 unidad de 24 cm. de diámetro)
  • Harina 0000  250 grs.
  • Azúcar impalpable  100 grs.
  • Miel  12,5 grs.
  • Manteca  125 grs.
  • Huevos  50 grs.
  • Polvo de hornear  5 grs.
  • Esencia de vainilla  2 grs.
  • Ralladura de limón  1/4 u.
  • Mermelada de membrillo  300 grs.
  • Jalea de frutas (para pintar) 

Procedimiento
  • Tamizar la harina y el polvo de hornear. Hacer una corona.
  • Con batidora cremar la manteca y el azúcar impalpable, siempre mezclando y uniendo antes ambos ingredientes para que no se disperse el azúcar al encender la batidora.
  • Incorporar los huevos, la miel, la esencia y la ralladura. Batir hasta unir bien.
  • Verter la preparación en el centro de la corona.
  • Unir con un cornet, levantando harina desde abajo y presionando levemente arriba. Continuar hasta que desaparezca la harina. 

 IMPORTANTE! No amasar! si trabajamos demasiado con la masa se formará el gluten, que es una proteína vegetal presente en algunos cereales. Este desarrollo tiene dos consecuencias negativas: dificultad para estirar la masa y endurecimiento del producto final.

  • Envolvemos en un papel film. Si nos parece que la masa no está bien unida, al sellar los costados del papel podemos ejercer presión sobre la misma, como estirándola con las manos, para acomodarla mejor.
  • Conservar en la heladera durante 1 hora. Si estamos apurados, al envolverla en el papel film trataremos de dejarla con menos espesor para facilitar el enfriado de la manteca.
  • Ahora sí... prender el horno!
  • Enmantecar y enharinar un molde para tartas.  
  • Estirar 2/3 de la masa en forma circular hasta 4 mm. de espesor y forrar la tartera.
  • Rellenar con la mermelada de membrillo.
  • Cortar 10 tiras de 7 mm. de ancho por 4mm. de espesor y formar un enrejado sobre la tarta.
  • Pincelar con huevo y hornear a 180° C hasta que los bordes comiencen a despegarse del molde y ya no estén blanditos.
  • Una vez fría, pincelar con la jalea para darle brillo. Y listouuu!

martes, 14 de agosto de 2012

El puesto del Fray Burrito


San Francisco solía retirarse con algunos compañeros suyos a un lugar, cerca de Asís, llamado Rivotorto.
Habitaban en un tugurio abandonado donde podían repararse de los temporales y del frío.
Padre e hijos pasaban el tiempo juntos, con mucha penuria, faltándoles a veces hasta el pan y contentándose con algún nabo que iban a mendigar por la llanura de Asís. El tugurio es tan pequeño que con dificultad pueden los frailes estar sentados o tumbados por tierra. Por eso San Francisco, con un hierro candente, escribe los nombres de los frailes sobre los travesaños de la cabaña para que cada cual pueda reconocer el propio puesto para la oración y el descanso.
Mientras están en el tugurio, un día estalla un furioso temporal. San Francisco dice: -¡Qué compasivo es el Señor, hermanos! Mientras afuera tantas criaturas están bajo la lluvia, nosotros estamos reparados bajo este techo acogedor, Jesús bendito no tenía una habitación hermosa, ni siquiera una madriguera como tienen las raposas, ni una piedra para reclinar la cabeza.
Mientras dice estas palabras, San Francisco llora de emoción. Luego se arrodilla y empieza a rezar, siguiéndole en seguida sus compañeros.
Entre tanto la tempestad continúa. Y he aquí que se siente, entre un trueno y otro, un rumor de pasos y luego el rebuzno afligido de un burrito.
San Francisco se levanta y abre la puerta del tugurio. Afuera, bajo la lluvia, hay un labrador que tiene de la cabeza un burrito.
El labrador, secándose el rostro con la manga, dice:
-En nombre de Dios, ¿podéis ofrecerme cobijo hasta que pase esta tormenta?
 -¡Entra, entra! -dice San Francisco-. Nos apretaremos un poco y te haremos un lugar. ¿Pero cómo nos las arreglaremos con el burrito?
-Mi burro puede quedarse afuera -dice el labrador-, es una bestia. Entonces San Francisco con voz severa dice:
-El hermano burrito es una criatura de Dios. ¿Cómo puedes tratarlo tan cruelmente, a él que te sirve con tanta humildad y fidelidad?
El labrador se ruboriza de vergüenza. Los frailes se aprietan y hacen sitio para el labrador; pero cuando se intenta hacer entrar también al burrito es imposible del todo. San Francisco dice:
-Hay que encontrar cobijo también para el hermano burrito. Iré yo afuera y le dejaré mi sitio.
San Francisco se levanta la capucha de la túnica sobre la cabeza y sale bajo la lluvia. Fray Silvestre se pone la capucha y dice:
-También yo puedo estar fuera, la lluvia no hace mal. Fray León se pone la capucha y dice:
-Puedo estar afuera también yo, la tormenta está acabando.
Uno por uno, todos los frailes, con la capucha puesta, salen del tugurio; y así el burrito puede encontrar sitio cómodamente.
Pasada la tormenta, el labrador y el burrito reemprenden el camino. Entre las nubes reaparece el sol. Los frailes están calados.
San Francisco dice:
-Ahora el hermano sol secará nuestras túnicas.
Aquel mismo atardecer San Francisco dice:
-Hijos míos, si el hermano burrito volviese, justo es que tenga también él su sitio fijo. San Francisco enciende el fuego y mete en él un hierro. Cuando la punta está candente, San Francisco borra el propio nombre del travesaño y graba en la madera, a fuego, el nombre del hermano burrito.